La adolescencia es universalmente reconocida como una fase crítica del desarrollo humano, aunque, en comparación con otros estados del ciclo vital, se le ha prestado poca atención. En el terreno psicológico fue el estadounidense Stanley Hall el pionero en el estudio de la adolescencia al publicar en 1904 su obra Adolescence.
Actualmente, no sólo se admite que los primeros años de la vida poseen una importancia fundamental en el ulterior desarrollo de la personalidad y que muchos de los efectos de las experiencias adquiridas durante esos tempranos años son irreversibles, si no que también se acepta que las experiencias que corresponden a otras fases críticas del desarrollo, en especial durante la adolescencia, ejercen una influencia igualmente importante sobre cuanto acontece en el posterior curso de la vida.
En la actualidad, la mayoría de los autores prefieren considerar la adolescencia más como un proceso de transición que no como un período o estadio único o incluso como una serie de subestadios dentro del ciclo vital. Este proceso de transición supone que el sujeto pasa de un estado -la infancia-, a otro -la madurez- y que las cuestiones y los problemas con los que se enfrentan los individuos durante este período son predominantemente el resultado del proceso transicional.
Esta transición es el resultado de cierto número de presiones operantes. Unas son internas, de índole fisiológica y emocional, y otras son externas y provienen de compañeros, padres, profesores, y la sociedad en general. Todas estas presiones llevan a muchos autores a considerar a la adolescencia como un período de “tempestad y tensión”, como un “estadio problema” dentro del desarrollo humano.
Sin embargo, los datos apuntan que el porcentaje de algún desajuste psicológico no supera al 20% de los adolescentes. La mayor parte de conflictos (rivalidad, celos, dependencia / independencia, identidad, etc) que surgen en la adolescencia ya se dan en la infancia, la diferencia es que en la adolescencia estos conflictos van unidos al desarrollo físico, y a un desarrollo cognitivo superior. La forma de afrontar estos conflictos es lo que diferencia al niño del adolescente. Un mayor desarrollo cognitivo le llevará a una mayor capacidad para reflexionar sobre sí mismo, sus pensamientos, sus sentimientos, y con mayores recursos para dirigir su conducta (Palacios, 2000).
Desde la perspectiva de la psicología del desarrollo, la formación de la identidad es una de las tareas más importantes en la adolescencia. Se estudia la adolescencia como un período de búsqueda de una identidad, una búsqueda que atravesará por varias crisis, y en la forma en que las vayan resolviendo, van a ir configurando su identidad hasta desembocar lo que Erikson (2008) llama el logro de identidad.
En la búsqueda de ese logro de identidad, el adolescente pone en cuestión los valores transmitidos por los padres, por la sociedad, y elige o se identifica con aquellos que mejor se adaptan a sus aspiraciones. La finalidad es saber quién es, y como a pesar de compartir múltiples cosas con otras personas, sin embargo, es diferente. Abandona actitudes propias de la infancia para asumir otras actitudes del mundo adulto. En definitiva, se tratan de, volviendo a Erikson (2008), “saber quién soy”.
Por regla general, la mayoría de los casos se resuelven de forma positiva. Cuando no sucede así, Erikson lo llama difusión de identidad. El adolescente en difusión de identidad se instala en una actitud de no asumir compromisos, poco comprometidos con los valores y objetivos, no solo de los padres si no de la sociedad en general. Se muestran desorientados y apáticos, les cuesta asumir las exigencias propias de esta edad, como son los estudios, el encontrar trabajo o pensar en su futuro. Aburridos, apáticos, mucho tiempo mirando la televisión o en las redes sociales.
Para Erikson, esta difusión tiene cuatro componentes:
- la intimidad, temor al compromiso o implicación en estrechas relaciones interpersonales, debido a posible pérdida de identidad
- difusión de la perspectiva temporal, la imposibilidad para el adolescente de planificar el futuro o mantener sentido del tiempo
- difusión de laboriosidad, dificultades para aplicar sus recursos de un modo realista al trabajo o al estudio
- identidad negativa, selección de una identidad opuesta a la preferida por los padres o por otros adultos que revisten importancia para él
A este concepto de identidad de Erikson, Marcia (1980), le dio un soporte empírico. En su investigación con jóvenes de ambos sexos, preguntaba sobre temas que tenían que ver con las vocaciones o con cuestiones ideológicas. Según este psicólogo clínico los estados de identidad son cuatro modos de tratar el problema de identidad en la adolescencia tardía: logro de identidad, identidad hipotecada, difusión de identidad e identidad en moratoria. Los criterios que emplea Marcia para clasificar a los adolescentes en una u otra categoría, son pasar por un período de crisis y por la asunción del compromiso. En el logro de identidad el adolescente pasa por un período de crisis y asume un compromiso con la decisión adoptada. En la hipotecada, los jóvenes han adoptado un compromiso personal, pero han sido elegidos por los padres en lugar de hacerlo ellos, después de haber pasado por un proceso de búsqueda. En la identidad en moratoria, los chicos y chicas están en plena crisis de identidad, inmersos en un proceso de búsqueda y exploración, sin tener claro el compromiso que quieren adoptar. En la difusión de identidad no atraviesan por ninguna crisis ni están explorando alternativas para adoptar los compromisos sobre su vocación o ideología. En el logro de identidad, los adolescentes han atravesado una crisis o moratoria y han adoptado compromisos firmes y duraderos.
En esta búsqueda y exploración de ir encontrando su lugar en el mundo, revisten una gran importancia la relación con los iguales, el grupo de amigos. El grupo de amigos proporcional esa uniformidad que le hace sentir seguro y que le brinda apoyo incondicional. En este contexto surge el espíritu de grupo al que tan afecto se muestra el adolescente. A la aceptación incondicional, la ausencia de crítica, se suma la posibilidad de compartir ideas, proyectos, dudas ansiedad miedos.
En general, tener amigos es un indicador de buenas habilidades interpersonales y un signo de un buen ajuste psicológico. Según Palacios (2000), probablemente, porque los chicos con menos habilidades sociales y con más problemas psicológicos sufrirán más rechazo y tendrán más dificultades para establecer amistades; no obstante, también se podría pensar en la relación inversa, es decir, en que tener amigos con los que compartir secretos y sentimientos contribuye a un mejor ajuste psicológico. Los altibajos propios de la adolescencia o algunas situaciones estresantes como crisis amorosas o fracasos académicos, o separación de los padres, encuentran en los amigos ese apoyo emocional que le proporcionan ayuda para superar esos momentos.
Algunos autores como (Hartup, 1993, citado por Palacios (2000), para referirse a las amistades íntimas entre adolescentes con capacidades y conocimientos similares utilizan el término relación de apego horizontal. A lo largo de la adolescencia, el amigo íntimo va ganando importancia sobre otras figuras de apego, hasta el punto de que a partir de la adolescencia media se convertirá en la principal figura de apego. Teniendo en cuenta que estamos ante relaciones de apego, no es extraño que el tipo de vinculación del adolescente con sus amigos se vea muy influida por la relación que durante la primera infancia estableció con sus padres.
Los modelos representacionales, que, según Bowlby en su teoría del apego (Marrone, 2009), son construidos a partir de esas primeras relaciones serían los responsables de esta continuidad relacional. Los chicos que establecieron una relación de apego seguro se mostrarán confiados, seguros y afectuosos en las relaciones de amistad; quienes se vincularon mediante un apego inseguro evitativo, tenderán a mostrarse fríos y distantes; por último, los chicos y chicas con modelos inseguros ambivalentes manifestarán una excesiva dependencia y la necesidad ansiosa de mantenerse estrechamente apegados a sus amigos.
Con frecuencia los adolescentes pueden experimentar sentimientos de soledad, de extrañeza, algunos autores afirman que, debido a encontrarse en una transición entre vinculación afectiva con los padres, con la tonalidad propia de la infancia, a otra vinculación intensa con las nuevas amistades, pueden dar lugar a estos estados de ánimo. En otros términos, sería como pasar por un por un período de duelo o tristeza, por el debilitamiento de las intensas relaciones emocionales infantiles, antes de entrar en nuevas relaciones de amistad, vividas con gran intensidad.
Desde la perspectiva psicoanalítica, en el grupo se produce un proceso de sobreidentificación masiva, donde todos se identifican con todos. A veces el proceso es tan intenso que la separación del grupo parece casi imposible y el individuo pertenece más al grupo de amigos que al grupo familiar. No puede apartarse de la pandilla ni de sus caprichos o modas. Por eso se inclina ante los dictados del grupo en cuanto a modas, vestimenta, costumbres, preferencias de distinto tipo, etc.
El grupo se constituye, así como la transición necesaria en el mundo externo, para lograr la individuación adulta.
Miguel Pérez, profesor de la Facultad de Ciencias de la Salud del campus Manresa de la UVic-UCC
Bibliografía:
Erikson, E. (2008). Infancia y sociedad. Ed. Hormé.Buenos Aires.
Marrone.M. (2009). La teoría del apego. Un enfoque actual. E. Psimática. Madrid.
Marcia, J. F. (1980). Identity in adolescence. In Adelson, J. (ed.),Handbook of Adolescent Psychology. Wiley, New York.
Palacios J. y Oliva A.(2000). Capítulo 16. La adolescencia y significado evolutivo: Palacios, J., MarchesI, Á. y Coll, C. (Compilación). Desarrollo psicológico y educación. Madrid. Alianza Editorial.