La empatía es un elemento fundamental en la relación profesional sanitario-paciente, tanto a la hora de diagnosticar como en la relación de cuidado a lo largo de la enfermedad.
La importancia de la empatía y el altruismo en la formación de profesionales de Ciencias de la Salud viene corroborada en el libro blanco de las profesiones sanitarias (Generalitat de Catalunya, Departament de Santitat i Seguridad Social. Barcelona, 2003), donde se recogen las indicaciones sobre “la relación entre el profesional y el paciente”, y se hace eco de la opinión de los usuarios de que la calidad técnica y la relación humana son claves para una relación sanitaria satisfactoria.
Sin embargo, uno de los de déficits en la enseñanza de las profesiones sanitarias, es la formación en las relaciones humanas interpersonales y el entrenamiento de las mismas. La transmisión de conocimientos y el descubrimiento de nuevas tecnologías es el eje sobre el que gira la formación de los nuevos profesionales asistenciales. No es frecuente, por no decir que no se da la posibilidad de contemplar áreas específicas para la formación en los aspectos más psicológicos de la práctica sanitaria.
En estas enseñanzas el cociente intelectual y la calificación ocupan un lugar más destacado que aquellos atributos psicológicos como el tacto, la empatía, la sensibilidad, la capacidad perceptiva y el buen gusto a la hora de tratar a la persona que sufre, que se supone deben formar parte del perfil del profesional sanitario.
El comportamiento empático favorece una buena alianza terapéutica posibilitando que los pacientes den más información sobre sus síntomas, se muestren más comprometidos con el tratamiento y con mayores niveles de satisfacción, disminuye la ansiedad e incrementa la calidad de vida.
La empatía, por tanto, es un elemento clave en la relación asistencial. Si bien es cierto que la empatía es una capacidad humana que surgió a lo largo de la evolución, permitiendo a nuestros ancestros no solo sentir lo que otros sentían sino comprender lo que otros podía necesitar, tener la comprensión de que los otros son seres intencionales, también es cierto que dado que los seres humanos son seres sociales, se necesitan contextos en los que se posibilite esa capacidad.
Por decirlo en otras palabras: no existe el gen de la empatía, pero si la disponibilidad para adquirir la capacidad de la empatía y para poder desarrollar esa capacidad tiene que darse en contextos adecuados (agentes socializadores).
Conectar con el sufrimiento del otro también tiene sus riesgos y esta capacidad tan humana puede verse bloqueada por la ansiedad que generan esos sufrimientos ajenos. Diferentes estudios con estudiantes de medicina en prácticas han demostrado que la empatía disminuye. Una de las explicaciones es que este déficit es una defensa contra la ansiedad que generan las situaciones que se dan en la relación asistencial.
La cuestión es que no se dispone en todo el proceso educativo de espacios que posibiliten el análisis y la comprensión de los aspectos emocionales que intervienen en la relación asistencial, así como una comprensión de los fenómenos intra e intergrupales que puedan facilitar las tareas asistenciales y las interacciones profesional / paciente.
La creación de estos espacios es uno de los retos de los estudios de ciencias de la salud. Estos espacios permiten conjugar el aspecto educativo y los aspectos emocionales y ofrecer un marco útil donde las experiencias vitales de los alumnos sirvan al desarrollo de recursos personales y afectivos con los que afrontar en la vida cotidiana el ejercicio de su profesión.
Miguel Pérez Silva, profesor de Psicologia evolutiva, atención clínica y relaciones interpersonales en la Fundació Universitària del Bages
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