Frecuentemente oímos hablar de trastornos psicosomáticos y trastornos somatomorfos, pero no entendemos muy bien bien que los diferencia. Fundamentalmente en los dos el cuerpo sufre, padece una serie de síntomas que tendrán que ser explorados por el profresional para poder establecer un diagnóstico.
Hay síntomas pertenecientes a un transtorno físico claramente objetivable, en el que el médico aprecia influencias psicológicas, que pueden darse al principio, o durante el curso del trastorno. Entre los trastornos que se supone tienen una influencia psicológica están los correspondientes al sistema cutáneo (psoriasis, herpes simple, acné vulgar..), sistema endocrino (diabetes mellitus), sistema grastrointestinal (colitis ulcerosa), sistema cardiovascular ( hipertensión arterial), sistema respiratorio (asma), etc.
También hay que preguntarse qué hay detrás de situaciones cotidianas en las que la influencia psicológica parece evidente. Pensemos en las infecciones repentinas de los niños ante la primera separación de los padres para ir a la guardería, el adolescente al que se le agrava el acné ante su primera cita, la caída del pelo tras la jubilación, la gastroenteritis ante un exámen importante, las obsesiones que conducen a operaciones de cirugía estética, etc.
En la práctica cotidiana, frecuentemente se suele atender sólo a la parte orgánica desatendiendo a la parte psicológica. Sostiene el Dr. Talarn (2000), que “la polémica sobre la división entre procesos psíquicos y corporales en las diferentes patologías viene de largo, aunque en la actualidad este intento de división es un tanto ilusorio, tanto la clínica psicopatológica como la médica siguen mostrando que la relación entre mente y cuerpo es muy compleja, siendo así que no encontraremos trastorno mental en el que el cuerpo no intervenga de un modo y otro, así como es difícil que en un padecimiento físico la mente (psique) no juegue un papel importante”.
Para este autor, sería conveniente que los profesionales de la salud mental no ignoren las peculiaridades fisiológicas de sus pacientes, y que los médicos se interesen por sus vicisitudes psicosociales. Es importante esta cuestión ya que no se trata ni de medicalizar ni psicologizar en exceso. Que estas cuestiones que parecen tan evidentes no se tengan en cuenta en la práctica cotidiana es motivo de crítica de muchos profesionales.
La medicina y la psicología, tienen especialidades, medicina psicosomática y psicología de la salud, que disponen de un enfoque unitario sobre los procesos de la salud mental. Tanto una como otra, al atender a un trastorno, estudian las interacciones entre los factores psíquicos, sociales y biológicos en la salud, la enfermedad y la asistencia (Talarn, 2000).
El tratamiento de los trastornos psicosomáticos es médico, ya que es el que el paciente demanda, mientras que el psicológico es de más difícil aceptación. La tarea fundamental del terapeuta es establecer un vínculo estable y seguro y aclarar la necesidad del trabajo psicológico. Entre las técnicas terapéuticas están la relajación, el tratamiento cognitivo-conductual, psicoterapia individual, de grupo y de familia, etc.
Paralelamente hay otro tipo de trastornos en los que no hay pruebas objetivas de los síntomas que presenta la persona. La vivencia que se tiene es de malestar, de enfermedad, pero el organismo no está enfermo. El ejemplo más claro de este tipo de trastorno es la hipocondría, en que la persona llega a creer que está enfermo, puede llegar a sentir dolor, o molestias generales, sin embargo todas las pruebas a las que se le somete no evidencien que haya alteración orgánica que propicie esos síntomas. A este tipo de trastorno se le conoce como somatomorfo, y a la hipocondría hay que añadir el trastorno dismórfico corporal, y trastorno por dolor. Al realizar el diagnóstico se tiene que descartar si la sintomatología que presenta es debida a la ingesta de drogas o a trastorno mental.
En cuanto al tratamiento, el farmacológico y el cognitivo-conductual están indicados para el dolor. En el caso de la hipocondría, los psicofármacos más adecuados son los antidepresivos y la psicoterapia o entrenamiento cognitivo-conductual. Y finalmente en el caso de tratamiento dismórfico corporal, tratamiento farmacológico con antidepresivos y psicoterapia. Para Talarn (2000), el tratamiento médico, ya sea quirúrgico o de otro tipo, no resulta inútil sino que puede presentar nuevas dificultades.
Miguel Pérez, psicólogo y profesor de la Facultad de Ciencias de la Salud del Campus Manresa de la UVic-UCC
BIBLIOGRAFIA
Jarne, A., Talarn, A., (comp.) Manual de Psicopatología Clínica. Ed. Paidós.
Barcelona, 2000